Malargüe

Creo que el lugar interno desde donde realizamos un viaje determina la mirada que posaremos en cada paisaje y las experiencias que viviremos en ese lugar.

Viajé por primera vez a Malargüe en enero de 2002.  Estaba viviendo en San Rafael, Mendoza, había dejado que mis hijos adolescentes se fueran con su papá a vivir a San Juan y la pena era tan grande que nada parecía bueno en mi vida.

Preparé una mochila, un par musculosas, zapatillas, una carpeta con CVs para entregar en el observatorio Pierre Auger y el dinero justo para comer frugalmente.  Me alojé en el 'hotel' más barato del pueblo que olía a cerveza y habitaciones viejas.

Apenas el colectivo pasó por la zona del Chacay, los árboles me saludaron grandiosos y con una presencia imponente.  Los árboles, eso lo fue que siempre marcaría mis días, mis viajes y mis momentos, muchos árboles, frondosos, en diferentes tonos de verde y cortinas forestales por doquier.

Llegúe hasta donde podía caminando y me detuve en el árbol de meditación en el Parque del Ayer, un árbol tan anciano y tan enorme que cuando una mira hacia arriba parece que sus límites se pierden en el cielo.

Luego me llamaron varias a veces a traducir y con los meses me invitaron a dar clases para adultos en formato taller una vez a la semana.  Viajaba cada miércoles y ese era el día que siempre esperaba, encontrarme con el paisaje y con los árboles me daba paz.  Un buen día decidí que ese era un buen lugar para morir.


En el año 2003 me mudé, llegué con lo justo para sobrevivir un mes en un apart hotel, poniéndome como meta generar suficiente trabajo para poder alquilar, y así fue.

Viví en Malargüe 13 años con un intervalo de algunos meses que estuve en Cutral-Có, Neuquén.  Gracias a mi trabajo como traductora e intérprete y a mi labor como locutora en radios de Malargüe, viajé mucho por diferentes lugares y distritos de ese departamento al sur de Mendoza.

Me quedan aún varios lugares por conocer, pero como en muchos lugares cerca de la cordillera, las excursiones son caras para los habitantes locales y una excursión puede salir más cara que un pasaje a otra provincia lejana.

Lo bueno del pueblo (ciudad como ellos dicen), es que se pueden ver las montañas desde casi cualquier lugar, se puede ir caminando o en bicicleta a cualquier sitio.  Una de mis excursiones favoritas, era llegar en bicicleta hasta el puente del Río Malargüe, hacía el sur del aeropuerto, y disfrutar allí del aire y el sonido del agua entre las rocas.

Cualquier lugar está relativamente cerca y hay paisajes para disfrutar hacia donde se mire.


En agosto de 2015 decidí cerrar un ciclo y la brújula indicó el norte hacia mi provincia natal: San Juan, después de haber vivido más de 20 años en la provincia de Mendoza (en Godoy Cruz, San Rafael y Malargüe).

En marzo de este año (2018) me tocó viajar nuevamente a Malargüe para relizar un trámite, reservé un departamento pequeño en un complejo de cabañas que está justo frente a la terminal.  La ubicación de las cabañas es muy cómoda porque está cerca del centro, del reloj (punto de referencia para todos), cerca del supermercado y con una rotisería justo a la vuelta de la esquina.  A pesar de estar en el centro, dentro del complejo es un mundo aparte: un parque que invita a sentarse y disfrutar de la quietud.

Allí disfruté de horas de lectura en el otoño mendocino leyendo sobre Mandalas y Tarot.



Es tiempo de comenzar a cuidar el lugar desde donde inicio los viajes en mi corazón.  Es momento de disfrutar.

Susannah
En cada sitio dejo alguna hoja al descuido,
de cada sitio me traigo algún color
para mis poemas.

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